Culturas juveniles y tribus urbanas

03.09.2013 11:14
La mayoría de trabajos desde la sociología urbana en la ciudad de Guatemala se han enfocado en aspectos cuantitativos, económicos y de infraestructura, así como las características de poblamiento de la misma. Muy poco o casi nada se ha estudiado sobre la cultura urbana, es decir todas aquellas formas culturales que se generan a partir de la vida en ciudad. Tal vez porque la cultura no puede medirse cuantitativamente o tal vez porque no hay una metodología específica para estudiarla. Sin embargo, y a pesar que somos un país mayoritariamente agrario, el estudio de la cultura urbana nos puede dar cuenta de todas aquellas características del momento histórico por el que atravesamos como sociedad. Sobre todo porque el fenómeno que pensamos abordar en este ensayo se inscribe en la postguerra y en un contexto de globalización, por lo que la cultura, o dadas las consideraciones anteriores, las culturas urbanas ayudan a explicar las transformaciones sociales que se van dando en esta etapa histórica marcada por una aceleración y complejidad sin precedentes.
 
Empezaré por definir las culturas juveniles, y las características que asumen en este momento histórico. Exploraremos luego algunas perspectivas teóricas las cuales considero se ajustan más para analizar las culturas juveniles urbanas en la ciudad de Guatemala, sobre todo para estudiar las tribus urbanas. Finalizaremos con una descripción de la tribu urbana de los y las Otaku, dejando pendiente la tarea de explorar la diversidad de tribus urbanas que, continuando con la metáfora biologista, conforman la jungla de la ciudad.
 
ntes de empezar con las consideraciones teóricas desde las cuales partimos, es preciso aclarar que en su totalidad estas han sido hechas en contextos muy distintos al latinoamericano. Los estudios sobre tribus urbanas han sido elaborados desde Estados Unidos y Europa. El origen de las tribus urbanas lo identifican en la modernidad de las sociedades industriales, y las neotribus urbanas, en la postmodernidad de las sociedades postindustriales. No es nuestro objetivo entrar en el debate acerca de la modernidad y postmodernidad en América Latina, sin embargo no podemos ignorar el hecho que el crecimiento de las ciudades en nuestro continente ha sido distinto, y el desarrollo no ha sido ni lineal ni pleno en cuanto a industrialización seguido de postindustralización. En Guatemala se puede identificar una primera modernidad a partir de la Reforma Liberal en 1871, y una segunda modernidad en el contexto de las transformaciones que se dan a partir de la revolución de octubre de 1944. No podríamos hablar de tribalización durante esta etapa, pues la organización social que se genera es más política y respondiendo a ideologías e identidad de clase. Igualmente durante la guerra que se da a partir de la intervención estadounidense en 1954 y que finaliza con la firma de los Acuerdos de Paz entre grupos insurgentes y Estado guatemalteco en 1996, la organización social de disenso a la cultura dominante, al igual que en varios países latinoamericanos, era ya sea por la vía armada o de organización popular en función de la transformación económica y en búsqueda del socialismo.
 

Ahora bien, el fenómeno de las neotribalización urbana se da en un contexto de postmodernidad. Para el caso de nuestra sociedad, y la mayoría de sociedades latinoamericanas, la postmodernidad no se da a efecto de una postindustrialización. Sobre todo tomando en cuenta que nuestra economía sigue siendo fundamentalmente agraria y dependiente de los ingresos por remesas familiares. Para el caso de Guatemala, la postguerra coincide temporalmente con una cultura global postmoderna. La postguerra encuentra una generación joven en la ciudad con poca o escasa identificación con la lucha armada y popular (y su ideología), y que se empieza a organizar y expresar culturalmente sobre todo a partir de la música y en favor de la paz. En plena globalización la juventud de la ciudad se encuentra con una cultura global, sobre todo a partir del acceso que se tiene a tecnologías de información y comunicación, enfrentándose a una postmodernidad que cuaja para una generación con pocos referentes organizativos e históricos. Es aquí donde ubicamos entonces el contexto sociocultural en el que emergen las tribus urbanas en la ciudad de Guatemala, y el punto de encuentro con las propuestas teóricas para abordarlas como objeto de estudio.


Culturas juveniles
 
 
Todos los seres humanos atravesamos una etapa en nuestro desarrollo biológico marcado por un crecimiento y desarrollo que da paso entre la infancia y la vida adulta. Durante la historia de la humanidad, esta etapa ha tenido distintos nombres y por tanto distintas formas de concebirla. La juventud es: “una imagen cultural que corresponde a una condición social de semidependencia, que en determinadas sociedades se atribuye a los individuos que se encuentran en una fase biográfica de transición entre la infancia y la vida adulta“(Feixa, 1999: 270). La juventud es entonces una característica de la sociedad postindustrial. Es un sector ocioso en el sentido que no participa plenamente de la producción. En Guatemala podríamos decir que la juventud como categoría cultural se encuentra en la adolescencia y juventud temprana (13 a 25 años), en capas medias y altas. 
 
Se conforma entonces un grupo determinado por edad y por unas características fundamentales. Es debido a estas características que hablamos de juventud como categoría cultural:
 
  • Se encuentran aún en etapa escolar y universitaria.  Independientemente que estén estudiando o no, es la edad en que “deben” hacerlo.  Los espacios de socialización están marcados por esta característica.
  • No son población económicamente activa, sea porque dependen económicamente de su familia, sea porque no encuentran empleo, así como el hecho que no necesiten o no consigan empleo está determinado para la mayoría de los casos por el estrato socioeconómico al cual pertenecen. Esto es visible en una ciudad como la nuestra en la que los jóvenes desempleados y sin acceso a servicios de educación se encuentran en las áreas urbano-marginales conformadas por asentamientos precarios y barrios populares. En cambio, jóvenes de capas medias son en su mayoría semidependientes económicamente y tienen mayor facilidad para acceder a servicios de educación. Esta diferenciación para el caso que nos interesa es fundamental, pues la identificación de jóvenes con alguna cultura juvenil o tribu en particular está determinada por su ubicación socioeconómica y geográfica. Mientras los jóvenes de áreas marginales se identifican más con subculturas como el hip hop, los jóvenes de capas medias se identifican con subculturas como las Skinheads o las Punks.
La juventud es entonces una etapa en la vida en la que aún no se entra en el “mundo” adulto, y hay ciertas reglas de esa lógica que aún no se asumen con total convencimiento. Además, dadas las características de la juventud en la postmodernidad que mencionamos con anterioridad, hay espacios de ocio y encuentro más relajados, en los cuales existe la posibilidad creativa de asociarse con iguales generando prácticas diferentes. Es lo que definimos como culturas juveniles. Estas son: “un conjunto de formas de vida y valores característicos y distintivos de determinados grupos de jóvenes. Manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” (Feixa, 1999: 269). 
 
Es evidente dadas las consideraciones anteriores, que estos fenómenos en las ciudades en primer lugar no se encuentran en todos los hombres y mujeres en edad de ser jóvenes.  Sobre todo en América Latina, hay un paso de niñez a adultez para la mayoría de la población que debe asumir responsabilidades y entrar al mundo laboral formal o informal.  Las culturas juveniles están conformadas por minorías, sin embargo analizarlas da cuenta de los procesos de transición cultural en una sociedad cambiante.  El momento histórico que ve desarrollarse estas culturas juveniles, es un momento donde las contingencias aumentan vertiginosamente.  La tecnología, la comunicación simultánea en puntos distantes del planeta, la existencia de un mundo virtual complejo y portador de una cultura dominante y una vida de consumo ha llevado a los seres humanos a una hiperindividualización.  Nunca como antes tenemos la posibilidad de comunicarnos y articularnos de múltiples formas, sobre todo prescindiendo del contacto físico, pero a consecuencia de aislarnos del contacto humano.
 
Sumado a esto, una sociedad en postguerra como la guatemalteca se enfrenta a sí misma con un tejido social completamente dañado y desarticulado.  El terror como práctica del Estado contrainsurgente reforzó las relaciones sociales marcadas por la desconfianza.  Y un elemento que no puede dejarse de lado, es que no hay una identidad nacional arraigada en la sociedad.  No hay un paraguas común bajo el cual identificarnos, más bien hay una tendencia a que nos identifiquemos en grupos a partir de nuestras “diferencias étnicas”.  Y la tendencia del ladino occidentalizado es identificarse como tal en función de la negación de parte de su herencia cultural, por lo que no conforma un grupo étnico con prácticas comunes, arraigo territorial y vida en comunidad. 
 
Retomando algunos conceptos básicos del sociólogo francés Emile Durkheim, podemos hablar que en la sociedad guatemalteca de postguerra existe anomia.  Esta suele aparecer en períodos de cambios históricos y grandes transformaciones.  Se expresa mediante manifestaciones de desorden que reflejan crisis de valores: esto es, caducidad de los viejos valores e inexistencia (o fragilidad) de los nuevos.  (Costa, 1999: 57).  Esto en parte ayuda a explicar por qué es que las culturas juveniles tienden a buscar esasolidaridad orgánica típica de las sociedades premodernas, que progresivamente la modernidad fue sustituyendo por una solidaridad mecánica.
 
Subculturas y tribus urbanas
 
Aún y con las debilidades en el tejido social de la sociedad urbana contemporánea, la cultura dominante se impone a partir de las instituciones tradicionales como la familia, la escuela, la iglesia, y se refuerza con la cultura dominante global de consumo.  El hecho que exista anomia no implica un relajamiento en cuanto a las reglas y valores que se deben cumplir, aunque ya no tengan sentido.
 
De hecho, que no tengan sentido  y se tengan que cumplir, es precisamente el factor fundamental de la creación de subculturas.  Una subcultura es una “minoría cultural que ocupa una posición subalterna en relación a una cultura hegemónica o a una cultura parental.  Las culturas juveniles son subculturas en ambos sentidos” (Feixa, 1999: 271).  Quizás sea más preciso hablar de “subculturas juveniles”, debido a su carácter marginal respecto a la cultura dominante, pero no será la acepción que utilizaré en el ensayo.  Eso implicaría una mirada desde la cultura dominante, desde una posición de poder que ve las culturas juveniles como una desviación, pero el hecho de su existencia misma pone en duda su carácter hegemónico y dominante.   Las subculturas juveniles son un efecto de la vida en ciudad en el capitalismo tardío.  Simplemente son, muy a pesar de cualquier juicio de valor acerca de su funcionalidad sistémica. 
 
El investigador británico Edward Brake (Brake en Feixa, 1999: 84) considera que las subculturas cumplen fundamentalmente cinco funciones para los jóvenes que se incorporan a ellas:
  1. Se presentan como soluciones a nivel “mágico” de las contradicciones derivadas del enfrentamiento clase/generación
  2. El estilo proporciona una identidad definida a sus miembros
  3. Constituyen una forma de solidaridad
  4. Ofrecen la posibilidad de adoptar una forma de vida expresiva
  5. Aportan al individuo elementos para que pueda resolver ciertos dilemas existenciales.
En la sociología se ha empleado el término de “tribus urbanas” para explicar la multiplicidad de identidades que han adoptado los jóvenes en las ciudades, y ha dado así nombre a las subculturas juveniles.   Se usa el símil de lo tribal como una metáfora para dar cuenta de los diferentes y múltiples agrupamientos que van apareciendo en los espacios de las ciudades y las calles globalizadas, con una carga afectiva muy fuerte y emblemas parecidos a los de un clan o una tribu.  (Nateras, 2005: 7).  
 
En les temps des tribus (1990) Michel Maffesoli reflexiona sobre el proceso de “tribalización” de las identidades sociales en general, y de las juveniles en particular, un proceso que puede poner de manifiesto la erosión del individualismo en la sociedad de masas y la emergencia de una nueva sociabilidad.  Es decir, podemos concebir a las tribus urbanas como una respuesta de la juventud ante la hiperindividualización y homogenización cultural, buscando un refugio afectivo en grupos pequeños donde los lazos de solidaridad sean más orgánicos, y donde se comparte no sólo un estilo que les diferencia del resto de la sociedad, sino una identidad con valores e ideologías particulares.
 
Las tribus urbanas son un fenómeno que aparece en la modernidad europea y estadounidense.  Los primeros grupos que se identifican son los punks, los mods, los rastafarians, los hippies y los skins, entre otros.  Aunque algunas tribus aparecen desde inicios del siglo XX, son las décadas de 1970 y 1980 las que las ven desarrollarse plenamente.  Apenas con unas décadas de diferencia, pero en un contexto de globalización emergen las neotribus urbanas.  Estamos hablando de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI.  En este contexto la globalización neoliberal impera en los sistemas económico, político y social.  Ya se han agotado la mayoría de modelos de Estado de bienestar, el desempleo se generaliza sobre todo en la juventud, y en general las condiciones de vida se van deteriorando.  Además, el uso generalizado del internet y nuevas tecnologías de comunicación e información aceleran enormemente los procesos de intercambio cultural.  Los seres humanos tienen múltiples medios tecnológicos a través de los cuales estar interconectados, lo que ha generado que las relaciones cara a cara disminuyan, y que conozcamos más el mundo virtual que el mundo concreto.  La neotribus urbanas surgen como reacción a este contexto de aún más profunda atomización social, lo que también les permite desarrollarse a nivel global.  Ya no son tribus locales de ciudades industrializadas del llamado primer mundo, sino emergen en la mayoría de las ciudades, incluyendo ya las latinoamericanas.  Son culturas transnacionalizadas.  Particularmente la tribu que analizamos brevemente en este ensayo nos permite ver este fenómeno.  Miles de jóvenes en las ciudades occidentalizadas se identifican como Otakus, siendo fanáticos de la cultura japonesa.
 
En el libro “Tribus Urbanas. El ansia de identidad juvenil: entre el culto a la imagen y la autoafirmación a través de la violencia” (Costa, 1999: 91) se estudia a las neotribus urbanas con mayor presencia en ciudades europeas.  Hacen un punteado de las características de tribus urbanas, de las cuales enumeramos las que nos parecen pertinentes para entender a la tribu que exponemos:
  1. Una tribu urbana se constituye como un conjunto de reglas específicas (diferenciadoras) a las que el joven decide confiar su imagen parcial o global, con diferentes –pero siempre bastante altos- niveles de implicación personal.
  2. Una tribu funciona casi como una pequeña mitología en donde sus miembros pueden construir con relativa claridad una imagen, un esquema de actitudes y/o comportamientos gracias a los cuales salir del anonimato con un sentido de la identidad reafirmado y reforzado.
  3. En una tribu tienen lugar juegos de representaciones que le están vedados a un individuo normal. Cuantitativamente, pertenecer a una tribu es una opción minoritaria de la realidad urbana, pero se hace llamativa, porque es literalmente excesiva, ya que quiere, programáticamente, excederse, superar las limitaciones, es decir, las reglas de la sociedad dominante y uniformadora.
  4. Mediante la tribalización se reafirma la contradictoria operación de una identidad que quiere escapar de la uniformidad y no duda en vestir un uniforme.  Se trata, por lo visto de “impertinentes” símbolos de pertenencia, un juego entre máscaras y esencias.
  5. Las tribus urbanas constituyen un factor potencial de desorden y agitación social, ya que su propio acto de nacimiento representa simbólicamente “desenterrar el hacha de guerra” contra la sociedad adulta de la que, de alguna forma, no se quiere formar parte.