La juventud es entonces una etapa en la vida en la que aún no se entra en el “mundo” adulto, y hay ciertas reglas de esa lógica que aún no se asumen con total convencimiento. Además, dadas las características de la juventud en la postmodernidad que mencionamos con anterioridad, hay espacios de ocio y encuentro más relajados, en los cuales existe la posibilidad creativa de asociarse con iguales generando prácticas diferentes. Es lo que definimos como culturas juveniles. Estas son: “un conjunto de formas de vida y valores característicos y distintivos de determinados grupos de jóvenes. Manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” (Feixa, 1999: 269).
Es evidente dadas las consideraciones anteriores, que estos fenómenos en las ciudades en primer lugar no se encuentran en todos los hombres y mujeres en edad de ser jóvenes. Sobre todo en América Latina, hay un paso de niñez a adultez para la mayoría de la población que debe asumir responsabilidades y entrar al mundo laboral formal o informal. Las culturas juveniles están conformadas por minorías, sin embargo analizarlas da cuenta de los procesos de transición cultural en una sociedad cambiante. El momento histórico que ve desarrollarse estas culturas juveniles, es un momento donde las contingencias aumentan vertiginosamente. La tecnología, la comunicación simultánea en puntos distantes del planeta, la existencia de un mundo virtual complejo y portador de una cultura dominante y una vida de consumo ha llevado a los seres humanos a una hiperindividualización. Nunca como antes tenemos la posibilidad de comunicarnos y articularnos de múltiples formas, sobre todo prescindiendo del contacto físico, pero a consecuencia de aislarnos del contacto humano.
Sumado a esto, una sociedad en postguerra como la guatemalteca se enfrenta a sí misma con un tejido social completamente dañado y desarticulado. El terror como práctica del Estado contrainsurgente reforzó las relaciones sociales marcadas por la desconfianza. Y un elemento que no puede dejarse de lado, es que no hay una identidad nacional arraigada en la sociedad. No hay un paraguas común bajo el cual identificarnos, más bien hay una tendencia a que nos identifiquemos en grupos a partir de nuestras “diferencias étnicas”. Y la tendencia del ladino occidentalizado es identificarse como tal en función de la negación de parte de su herencia cultural, por lo que no conforma un grupo étnico con prácticas comunes, arraigo territorial y vida en comunidad.
Retomando algunos conceptos básicos del sociólogo francés Emile Durkheim, podemos hablar que en la sociedad guatemalteca de postguerra existe anomia. Esta suele aparecer en períodos de cambios históricos y grandes transformaciones. Se expresa mediante manifestaciones de desorden que reflejan crisis de valores: esto es, caducidad de los viejos valores e inexistencia (o fragilidad) de los nuevos. (Costa, 1999: 57). Esto en parte ayuda a explicar por qué es que las culturas juveniles tienden a buscar esasolidaridad orgánica típica de las sociedades premodernas, que progresivamente la modernidad fue sustituyendo por una solidaridad mecánica.
Subculturas y tribus urbanas
Aún y con las debilidades en el tejido social de la sociedad urbana contemporánea, la cultura dominante se impone a partir de las instituciones tradicionales como la familia, la escuela, la iglesia, y se refuerza con la cultura dominante global de consumo. El hecho que exista anomia no implica un relajamiento en cuanto a las reglas y valores que se deben cumplir, aunque ya no tengan sentido.
De hecho, que no tengan sentido y se tengan que cumplir, es precisamente el factor fundamental de la creación de subculturas. Una subcultura es una “minoría cultural que ocupa una posición subalterna en relación a una cultura hegemónica o a una cultura parental. Las culturas juveniles son subculturas en ambos sentidos” (Feixa, 1999: 271). Quizás sea más preciso hablar de “subculturas juveniles”, debido a su carácter marginal respecto a la cultura dominante, pero no será la acepción que utilizaré en el ensayo. Eso implicaría una mirada desde la cultura dominante, desde una posición de poder que ve las culturas juveniles como una desviación, pero el hecho de su existencia misma pone en duda su carácter hegemónico y dominante. Las subculturas juveniles son un efecto de la vida en ciudad en el capitalismo tardío. Simplemente son, muy a pesar de cualquier juicio de valor acerca de su funcionalidad sistémica.
El investigador británico Edward Brake (Brake en Feixa, 1999: 84) considera que las subculturas cumplen fundamentalmente cinco funciones para los jóvenes que se incorporan a ellas:
- Se presentan como soluciones a nivel “mágico” de las contradicciones derivadas del enfrentamiento clase/generación
- El estilo proporciona una identidad definida a sus miembros
- Constituyen una forma de solidaridad
- Ofrecen la posibilidad de adoptar una forma de vida expresiva
- Aportan al individuo elementos para que pueda resolver ciertos dilemas existenciales.
En la sociología se ha empleado el término de “tribus urbanas” para explicar la multiplicidad de identidades que han adoptado los jóvenes en las ciudades, y ha dado así nombre a las subculturas juveniles. Se usa el símil de lo tribal como una metáfora para dar cuenta de los diferentes y múltiples agrupamientos que van apareciendo en los espacios de las ciudades y las calles globalizadas, con una carga afectiva muy fuerte y emblemas parecidos a los de un clan o una tribu. (Nateras, 2005: 7).
En les temps des tribus (1990) Michel Maffesoli reflexiona sobre el proceso de “tribalización” de las identidades sociales en general, y de las juveniles en particular, un proceso que puede poner de manifiesto la erosión del individualismo en la sociedad de masas y la emergencia de una nueva sociabilidad. Es decir, podemos concebir a las tribus urbanas como una respuesta de la juventud ante la hiperindividualización y homogenización cultural, buscando un refugio afectivo en grupos pequeños donde los lazos de solidaridad sean más orgánicos, y donde se comparte no sólo un estilo que les diferencia del resto de la sociedad, sino una identidad con valores e ideologías particulares.
Las tribus urbanas son un fenómeno que aparece en la modernidad europea y estadounidense. Los primeros grupos que se identifican son los punks, los mods, los rastafarians, los hippies y los skins, entre otros. Aunque algunas tribus aparecen desde inicios del siglo XX, son las décadas de 1970 y 1980 las que las ven desarrollarse plenamente. Apenas con unas décadas de diferencia, pero en un contexto de globalización emergen las neotribus urbanas. Estamos hablando de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI. En este contexto la globalización neoliberal impera en los sistemas económico, político y social. Ya se han agotado la mayoría de modelos de Estado de bienestar, el desempleo se generaliza sobre todo en la juventud, y en general las condiciones de vida se van deteriorando. Además, el uso generalizado del internet y nuevas tecnologías de comunicación e información aceleran enormemente los procesos de intercambio cultural. Los seres humanos tienen múltiples medios tecnológicos a través de los cuales estar interconectados, lo que ha generado que las relaciones cara a cara disminuyan, y que conozcamos más el mundo virtual que el mundo concreto. La neotribus urbanas surgen como reacción a este contexto de aún más profunda atomización social, lo que también les permite desarrollarse a nivel global. Ya no son tribus locales de ciudades industrializadas del llamado primer mundo, sino emergen en la mayoría de las ciudades, incluyendo ya las latinoamericanas. Son culturas transnacionalizadas. Particularmente la tribu que analizamos brevemente en este ensayo nos permite ver este fenómeno. Miles de jóvenes en las ciudades occidentalizadas se identifican como Otakus, siendo fanáticos de la cultura japonesa.
En el libro “Tribus Urbanas. El ansia de identidad juvenil: entre el culto a la imagen y la autoafirmación a través de la violencia” (Costa, 1999: 91) se estudia a las neotribus urbanas con mayor presencia en ciudades europeas. Hacen un punteado de las características de tribus urbanas, de las cuales enumeramos las que nos parecen pertinentes para entender a la tribu que exponemos:
- Una tribu urbana se constituye como un conjunto de reglas específicas (diferenciadoras) a las que el joven decide confiar su imagen parcial o global, con diferentes –pero siempre bastante altos- niveles de implicación personal.
- Una tribu funciona casi como una pequeña mitología en donde sus miembros pueden construir con relativa claridad una imagen, un esquema de actitudes y/o comportamientos gracias a los cuales salir del anonimato con un sentido de la identidad reafirmado y reforzado.
- En una tribu tienen lugar juegos de representaciones que le están vedados a un individuo normal. Cuantitativamente, pertenecer a una tribu es una opción minoritaria de la realidad urbana, pero se hace llamativa, porque es literalmente excesiva, ya que quiere, programáticamente, excederse, superar las limitaciones, es decir, las reglas de la sociedad dominante y uniformadora.
- Mediante la tribalización se reafirma la contradictoria operación de una identidad que quiere escapar de la uniformidad y no duda en vestir un uniforme. Se trata, por lo visto de “impertinentes” símbolos de pertenencia, un juego entre máscaras y esencias.
- Las tribus urbanas constituyen un factor potencial de desorden y agitación social, ya que su propio acto de nacimiento representa simbólicamente “desenterrar el hacha de guerra” contra la sociedad adulta de la que, de alguna forma, no se quiere formar parte.